Pensaba que la magia se había perdido, que solo había que esperar para que con los años se esfumara, añoraba la energía de juventud cuando los taxistas eran maestros zen, las mariposas se posaban en su pecho y encontraba el infinito a cada paso que daba, si bien su infancia no había sido fácil, hacia todo para crear una realidad distinta, aunque los fantasmas la asecharan y ella deseara que esos fantasmas jamás, jamás, jamás hubieran sido reales.
Pero lo eran, era una sobreviviente, de la maldad y la bondad, con Júpiter en Sagitario, tenía la oportunidad de ser maga y creer en crear un mundo feliz para ella y para los demás, pero no se puede crear un mundo feliz quitando el dolor de la ecuación (ya saben, la ecuación en la existencia de ser H U M A N O.)
Aprendió con el tiempo que si desea ser feliz hay que abrazar la otra parte del espectro, la decepción y la aceptación de todo (incluidos los defectos). Así fue que abrazando su pena más profunda, aceptó finalmente que era tiempo de despedirse de lo que nunca fue real pero siempre existió en su mente, ofreciéndole un salvavidas de fantasía y magia para poder navegar su vida hasta ahora. Era tiempo de crecer, de decir adiós a lo que nunca fue, llorarlo, llorar por la infancia feliz que nunca tuvo, por su propia identidad.
En ese duelo, recordó haber llorado dos primaveras continuas, que se anunciaba en forma de colibrí, dos huevos hermosos y diminutos, el soplo de vida frente a su ventana.
Con alegría los miraba todos los días, cuidando de estar presente al momento de su llegada al mundo, en ambas ocasiones se perdió el milagro, vio morir a las crías y con ellas la esperanza de que la magia regresara.
Sentía que era una maldición, el segundo murió el día de su cumpleaños y ella siempre se había creído colibrí. El año siguiente, los vecinos podaron el árbol, sin ninguna compasión le cortaron todas las ramas incluidas las que se acercaban más a su ventana, justo donde los años anteriores las madres colibríes anidaban.
En la primavera de este año, mientras caminaba, se daba cuenta que estaba diciendo adiós a casi todo y que esta vez al menos no habría pequeños pájaros muriendo en su ventana. Eso la consoló...
Y hoy, sentada en el balcón, aceptando que la vida es como es, el universo respondió, la magia regresó en forma de diez diminutos colibríes volando de un lado al otro en medio de las flores de un árbol de flores amarillas en medio del patio, nunca había visto a tantos y tan diminutos comiendo de las flores...
Ella siempre es maga, quizás la magia sí era real, pero ya no había necesidad de más fantasías, era hora de crear y navegar en su verdad. La magia regresó, esta vez justo cuando abrazó la realidad.
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